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Qué mejor manera de empezar un blog cinéfilo que haciendo un repaso rápido de algunos de los clásicos más importantes del cine. Aviso que he puesto ON el modo spoiler, así que cuidadín si no habéis visto todas las películas que voy a revisar porque os puedo fastidiar el final. Avisados estáis y avisados vamos.
De todas formas, si leéis lo que escribo es porque os interesa el Cine, y si os llamáis cinéfilos o proyectos de serlo, a estas alturas de la vida deberíais haber visto todas estas películas. He hablado.
Casablanca (Michael Curtiz, 1942): Rick es el tipo más guay de Casablanca. Regenta un café que lleva su nombre en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Todo el mundo quiere a Rick, pero Rick no quiere a nadie. Sólo tiene una debilidad: la preciosa Ilsa, su gran amor de París, lo que siempre les quedará… Cada vez que ve a su amada, pide a su fiel amigo Sam que toque al piano “As time goes by”. Al final, por caprichos de la vida, nuestro galán se ve obligado a elegir entre su chica o ayudar a la Resistencia, y elige lo segundo. Al menos le queda el consuelo del descubrimiento de una gran amistad.
Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959): Joe y Jerry son testigos de un asesinato y en su huída acaban disfrazados de mujeres en un tren plagado de más mujeres que se dedican al espectáculo. Una de ellas es Sugar Kane, y ambos caen rendidos ante ella (y quién no lo haría, Sugar era Marilyn Monroe). Después de muchos malentendidos de género, Sugar y Joe acaban juntos y Jerry recibe la proposición matrimonial de un millonario al que no le importa la imperfección.
El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1966): Rubio (el bueno), Tuco (el feo) y Sentencia (el malo) son tres cazadores de recompensas que persiguen el mismo tesoro, que se encuentra enterrado en un cementerio. Rubio y su poncho saben cuál es la tumba bajo la que se esconde el tesoro, por lo que los otros no pueden matarle (pero Rubio es Clint Eastwood, ¿quién iba a matar a Clint?) y Feo sabe cuál es el cementerio en cuestión, por lo que tampoco conviene deshacerse de él. La cosa se resuelve en un duelo a tres en el cementerio a ritmo de silbido y del que, ¡oh, sorpresa!, Bueno se lleva el podio.
La semilla del diablo (Roman Polansky, 1968): Rosemary es una joven que se traslada a vivir con su marido, un actor de segunda llamado Guy, a un apartamento situado en frente del Central Park (el cómo pueden permitirse semejante lugar es una buena pregunta, sí). El caso es que deciden tener un hijo, y después de ser drogada por sus vecinos, Rosemary queda embarazada al tiempo que Guy empieza a cosechar éxitos en su trabajo. ¿Coincidencia? No lo creo… Más tarde nuestra víctima descubre que fue violada por el mismo Diablo en un trato que su marido realizó con sus ancianos vecinos y por el que obtendría triunfos como actor. Moraleja: no os caséis con un actor.
La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971): Alex es un joven de 17 años y fan de Beethoven que va por ahí junto a sus colegas drugos pegando al personal y bebiendo leche a tutiplén. Cuando Alex acude a rehabilitación es instruido por el método Ludovico, por el que le forzarán a escuchar a Beethoven mientras ve escenas de extrema violencia. Cuando sale de allí, el tío es incapaz de matar una mosca, y lo que es peor, incapaz de escuchar a su admirado compositor alemán de nuevo; para colmo, ahora es él quien recibe leches por doquier. Después de un intento de suicidio, el tío acaba echando un polvo en la nieve entre una gran ovación. ¿Estamos hablando de un final triste o un final feliz?Qué más da, el caso es que es un final.
El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972): Me remitiré a lecciones de negocios de don Vito Corleone. Primero, mata el caballo favorito de tu enemigo y haz que se despierte junto a la cabeza del malogrado animal. Segundo, mata al Capitán de policía. Y tercero, mata al resto de tus enemigos en el bautizo de tu sobrino.
Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976): Travis es el “típico” taxista neoyorquino: loco, violento, desequilibrado, que en tu primera cita te lleva a ver porno. Nuestro «caballero» se obsesiona con salvar a una niña prostituta, se rapa la cabeza, habla consigo mismo frente al espejo e intenta asesinar al Senador, pero falla. Al que sí mata es a un proxeneta, por lo que es aclamado como un héroe. Conclusión: cualquier cosa puede pasar en NY.
El resplandor (Stanley Kubrick, 1980): Jack es un escritor al que envían a trabajar durante 4 meses a un hotel abandonado. Allí se instalará con su mujer y su pequeño hijo Danny, quien posee el don del Resplandor. A medida que pasa el tiempo, a Jack se le va cada vez más la cabeza, hasta el punto tomarse unas copas con unos fantasmas reunidos en una fiesta de los años veinte e incluso tener un affaire con una muerta mohosa en la habitación 237. Al final se le termina de ir la pinza del todo y empieza a perseguir a su familia hacha en mano, mientras en el exterior una gran nevada los aísla del mundo. ¿Creen que su mujer maldijo la nevada? Pues se equivocan, todavía da gracias por ello.
Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987): Dan es un atractivo padre de familia que un día conoce a Alex Forrest, colega suya y en apariencia normal (a pesar de ese pelo y ese extraño bronceado), y tienen una aventura. Al principio el sexo era genial, pero supongo que fue decayendo porque Dan empieza a huir de su amante bronceada, quien a su vez se va volviendo cada día más loca (literalmente) por él, (¡incluso cocina al adorable conejo de la hija de Dan sin ninguna intención de comérselo!). Total, que como se veía venir, Alex intenta asesinar a la mujer de Dan con un cuchillo de carnicero, pero le sale el tiro por la culata y el fiambre es ella. Conclusión: no pasa nada si tu marido te pone los cuernos, salva su vida y la tuya y el amor volverá a vuestro hogar.
Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994): Forrest Gump es un chico de Alabama con cierto retraso mental que habla con extraños en las paradas de autobús, (es el típico tío junto al que evitas sentarte, vamos). El chico hace un repaso de su vida a las personas que se sientan junto a él para esperar el autobús; les atrae ofreciéndoles bombones cual Manolo Brajones ofreciendo caramelos a los niños y les demuestra que la vida es como una caja de los primeros, nunca sabes lo que te va a tocar. Resulta que el que parecía un poco tonto participó en los mayores acontecimientos de la historia reciente norteamericana (incluso fue él quien enseñó a Elvis a mover las caderas). Como quien no quiere la cosa, consiguió que su amor de toda la vida, “Jeeenny”, como él la llamaba, le diera un hijo con una inteligencia inversamente proporcional a la suya.